sábado, 15 de junio de 2013

A MI PADRE



Se ven retoños rebeldes en la rama del árbol…
Usted la mirada fija, sus ojos tristes, grises, taciturnos
¿Por qué esta suerte la mía se posa como un ave a la puerta de mi hogar?
¿Por qué este legado mío no puede volar?

Hombre honesto reconozco sus pensamientos firmes,
Nuestra huella en su corazón  vivido,
Habitamos alegres su recuerdo, niños sonrientes y honrados
A usted gracias ese lindo recuerdo vago

Orgulloso padre el que aun nos guía,
Orgulloso soberano del hogar nos llevó siempre de la mano
Ha visto nuestros triunfos, nos ha visto rasparnos las rodillas
Y aún en el otoño no aparta su mirada


Gracias a usted padre.



Radha Lybica

miércoles, 5 de junio de 2013

Poemas Manuel Acuña




Nocturno


A Rosario

¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro, 
decirte que te quiero con todo el corazón; 
que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro, 
que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro, 
te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.

Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días 
estoy enfermo y pálido de tanto no dormir; 
que están mis noches negras, tan negras y sombrías, 
que ya se han muerto todas las esperanzas mías, 
que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir.

De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada 
y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver, 
camino mucho, mucho, y al fin de la jornada, 
las formas de mi madre se pierden en la nada, 
y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.

Comprendo que tus besos jamás han de ser míos, 
comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás; 
y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos, 
bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos, 
y en vez de amarte menos te quiero mucho más.

A veces pienso en darte mi eterna despedida, 
borrarte en mis recuerdos y huir de esta pasión; 
mas si es en vano todo y el alma no te olvida, 
¿qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida, 
qué quieres tú que yo haga con este corazón?

Y luego que ya estaba concluido el santuario, 
tu lámpara encendida, tu velo en el altar, 
el sol de la mañana detrás del campanario, 
chispeando las antorchas, humeando el incensario, 
y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar...

¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo, 
los dos unidos siempre y amándonos los dos; 
tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho, 
los dos una sola alma, los dos un solo pecho, 
y en medio de nosotros mi madre como un Dios!

¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida! 
¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así! 
Y yo soñaba en eso, mi santa prometida; 
y al delirar en eso con alma estremecida, 
pensaba yo en ser bueno por ti, no más por ti.

Bien sabe Dios que ese era mi más hermoso sueño, 
mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer; 
¡bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño, 
sino en amarte mucho en el hogar risueño 
que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer!

Esa era mi esperanza... mas ya que a sus fulgores 
se opone el hondo abismo que existe entre los dos, 
¡adiós por la vez última, amor de mis amores; 
la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores; 
mi lira de poeta,mi juventud, adiós!

Manuel Acuña





Hojas secas

  I

Mañana que ya no puedan 
encontrarse nuestros ojos, 
y que vivamos ausentes, 
muy lejos uno del otro, 
que te hable de mí este libro 
como de ti me habla todo.

            II

Cada hoja es un recuerdo 
tan triste como tierno 
de que hubo sobre ese árbol 
un cielo y un amor; 
reunidas forman todas 
el canto del invierno, 
la estrofa de las nieves 
y el himno del dolor.

            III

Mañana a la misma hora 
en que el sol te besó por vez primera, 
sobre tu frente pura y hechicera 
caerá otra vez el beso de la aurora; 
pero ese beso que en aquel oriente 
cayó sobre tu frente solo y frío, 
mañana bajará dulce y ardiente, 
porque el beso del sol sobre tu frente 
bajará acompañado con el mío.

            IV

En Dios le exiges a mi fe que crea, 
y que le alce un altar dentro de mí. 
¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea 
para que yo ame a Dios, creyendo en ti!

            V

Si hay algún césped blando 
cubierto de rocío 
en donde siempre se alce 
dormida alguna flor, 
y en donde siempre puedas 
hallar, dulce bien mío, 
violetas y jazmines 
muriéndose de amor;

yo quiero ser el césped 
florido y matizado 
donde se asienten, niña, 
las huellas de tus pies; 
yo quiero ser la brisa 
tranquila de ese prado 
para besar tus labios 
y agonizar después.

Si hay algún pecho amante 
que de ternura lleno 
se agite y se estremezca 
no más para el amor, 
yo quiero ser, mi vida, 
yo quiero ser el seno 
donde tu frente inclines 
para dormir mejor.

Yo quiero oír latiendo 
tu pecho junto al mío, 
yo quiero oír qué dicen 
los dos en su latir, 
y luego darte un beso 
de ardiente desvarío, 
y luego... arrodillarme 
mirándote dormir.

            VI

Las doce... ¡adiós...! Es fuerza que me vaya 
y que te diga adiós... 
Tu lámpara está ya por extinguirse, 
y es necesario. 
—Aún no—. 
Las sombras son traidoras, y no quiero 
que al asomar el sol, 
se detengan sus rayos a la entrada 
de nuestro corazón. . . 
—Y, ¿qué importan las sombras cuando entre ellas 
queda velando Dios? 
—¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las sombras 
al lado del amor? 
—Cuando te duermas ¿me enviarás un beso? 
—¡Y mi alma! 
—¡Adiós...! 
—¡Adiós...!

            VII

Lo que siente el árbol seco 
por el pájaro que cruza 
cuando plegando las alas 
baja hasta sus ramas mustias, 
y con sus cantos alegra 
las horas de su amargura; 
lo que siente pro el día 
la desolación nocturna 
que en medio de sus angustias, 
ve asomar con la mañana 
de sus esperanzas una; 
lo que sienten los sepulcros 
por la mano buena y pura 
que solamente obligada 
por la piedad que la impulsa, 
riega de flores y de hojas 
la blanca lápida muda, 
eso es al amarte mi alma 
lo que siente por la tuya, 
que has bajado hasta mi invierno, 
que has surgido entre mi angustia 
y que has regado de flores 
la soledad de mi tumba.

Mi hojarasca son mis creencias, 
mis tinieblas son la duda, 
mi esperanza es el cadáver, 
y el mundo mi sepultura... 
Y como de entre esas hojas 
jamás retoña ninguna; 
como la duda es el cielo 
de una noche siempre oscura, 
y como la fe es un muerto 
que no resucita nunca, 
yo no puedo darte un nido 
donde recojas tus plumas, 
ni puedo darte un espacio 
donde enciendas tu luz pura, 
ni hacer que mi alma de muerto 
palpite unida a la tuya; 
pero si gozar contigo 
no ha de ser posible nunca, 
cuando estés triste, y en el alma 
sientas alguna amargura, 
yo te ayudaré a que llores, 
yo te ayudaré a que sufras, 
y te prestaré mis lágrimas 
cuando se acaben las tuyas.

            VIII

                1

Aún más que con los labios 
hablamos con los ojos; 
con los labios hablamos de la tierra, 
con los ojos del cielo y de nosotros.

                2

Cuando volví a mi casa 
de tanta dicha loco, 
fue cuando comprendí muy lejos de ella 
que no hay cosa más triste que estar solo.

                3

Radiante de ventura, 
frenético de gozo, 
cogí una pluma, le escribí a mi madre, 
y al escribirle se lo dije todo.

                4

Después, a la fatiga 
cediendo poco a poco, 
me dormí y al dormirme sentí en sueños 
que ella me daba un beso y mi madre otro.

                5

¡Oh sueño, el de mi vida 
más santo y más hermoso! 
¡Qué dulce has de haber sido cuando aun muerto 
gozo con tu recuerdo de este modo!

            IX

Cuando yo comprendí que te quería 
con toda la lealtad de mi corazón, 
fue aquella noche en que al abrirme tu alma 
miré hasta su interior. 
Rotas estaban tus virgíneas alas 
que ocultaba en sus pliegues un crespón 
y un ángel enlutado cerca de ellas 
lloraba como yo. 
Otro tal vez, te hubiera aborrecido 
delante de aquel cuadro aterrador; 
pero yo no miré en aquel instante 
más que mi corazón; 
y te quise tal vez por tus tinieblas, 
y te adoré, tal vez, por tu dolor, 
¡que es muy bello poder decir que el alma 
ha servido de sol...!

            X

Las lágrimas del niño 
la madre enjuga, 
las lágrimas del hombre 
las seca la mujer... 
¡Qué tristes las que brotan 
y bajan por la arruga, 
del hombre que está solo, 
del hijo que está ausente, 
del ser abandonado 
que llora y que no siente 
ni el beso de la cuna, 
ni el beso del placer!

            XI

¡Cómo quieres que tan pronto 
olvide el mal que me has hecho, 
si cuando me toco el pecho 
la herida me duele más! 
Entre el perdón y el olvido 
hay una distancia inmensa; 
yo perdonaré la ofensa; 
pero olvidarla... ¡jamás!

            XII

¡Ah, gloria! ¡De qué me sirve 
tu laurel mágico y santo, 
cuando ella no enjuga el llanto 
que estoy vertiendo sobre él! 
¡De qué me sirve el reflejo 
de tu soñada corona! 
¡cuando ella no me perdona 
ni en nombre de ese laurel!

            XIII

La que a la luz de sus ojos 
despertó mi pensamiento, 
la que al amor de su acento 
encendió en mí la pasión; 
muerta para el mundo entero 
y aun para ella misma muerta, 
solamente está despierta 
dentro de mi corazón.

            XIV

El cielo muy negro, y como un velo 
lo envuelve en su crespón la oscuridad; 
con una sombra más sobre ese cielo 
el rayo puede desatar su vuelo 
y la nube cambiarse en tempestad.

            XV

Oye, ven a ver las naves, 
están vestidas de luto, 
y en vez de las golondrinas 
están graznando los búhos. . . 
El órgano está callado, 
el templo solo y oscuro, 
sobre el altar... ¿y la virgen 
por qué tiene el rostro oculto? 
¿Ves?... en aquellas paredes 
están cavando un sepulcro, 
y parece como que alguien 
solloza allí, junto al muro. 
¿Por qué me miras y tiemblas? 
¿Por qué tienes tanto susto? 
¿Tú sabes quién es el muerto? 
¿Tú sabes quién fue el verdugo?

Manuel Acuña